viernes, 2 de diciembre de 2011

EL AMIGO CHILENO Y MI SOLEDAD

Tengo un amigo chileno que tiene una gran suerte con las mujeres peruanas. Siempre me lo encuentro caminando por casualidad en las calles de la pequeña Tacna. A veces por el centro, a veces por la calle Arica (que segurito a él le gusta por la remembranza chilena que le trae decir Arica), mis zapatillas y los suyas suelen encontrarse en una vereda cualquiera, como en esta noche.

Cuando hablamos, tanto él (me lo dijo) como yo, sentimos una química especial, extraña, como si fuésemos dos viejos barbudos que se entrometieron en una guerra de puras mujeres. Yo le cuento que me fue mal, que mi ex se burló de mí, mintiéndome soberanamente, que al parecer mi soltería es una condena eterna de la que a veces me escapo por pocos meses, terminando lisiado del corazón. El chileno sonríe y palmotea mi espalda, me cuenta de su nueva novia, o de la pasada, pero todas muy lindas y buena gente (fotos de celular de cara, cuerpo entero y con besito entre la peruana y el chileno). A algunas llegué a conocerlas y me quedaba boquiabierto, para luego decirle: Te envidio, compadre, tú sí tienes suerte con las mujeres.

Él me asegura que no es suerte, que es habilidad, florazo, pinta, arrebato. En esas horas de la noche, de la puerta de la universidad salen tantos estudiantes universitarios caminando solos, cabizbajos y me identifico con ellos. Tal vez carezco de todos los talentos conquistadores del chileno, pero quiero pensar que simplemente no tengo suerte con las mujeres porque no sé bailar ni siquiera un vals de niños y porque no tengo ese atractivo peruanamente aceptable.

Recordé entonces que de pronto aparecía alguien especial para iluminar mi vida y yo le era honesto, directo, romántico y detallista. Pero todo eso me falló como un mapa bamba que no me conducía al tesoro de amor que busco desde mi adolescencia. Un primo limeño, fanático de las películas estadounidenses y mexicanas,  me dijo hace poco que hay que ser menos halagador y detallista con las chicas, que a la mala se logra más, siendo calculadamente machista y algo chingón (jerga mexicana que significa, vivo, pendejo, estratega). “A muchas mujeres les gusta sufrir y ahí es cuando te quieren más”, me aconsejaba mi primo, que en Lima aprendió un montón sobre cómo tratar a las mujeres y le fue excelente (como dice el cabeza de buitre que es el Señor Burns). Entonces recuerdo las rosas que le obsequié a mi última enamorada que terminó yéndose con un morenito esquelético que se alucina más sabio que Gandhi. Para colmo de males ella dice que yo la dejé ir. ¿Quería que la secuestre o qué rayos? Pero por fortuna todo eso se difuminó. Tarde supe que ella era legionaria de la política aymara-quechuísta, algo que va contra mis ideales cosmopolitas de libertad, lejos de racismos criollistas, indigenistas o extranjeristas. El chileno me precisó: "¡Deja a esa bruja y ni más le hables!". Pero no sé si mi terquedad o cortesía hacen que todavía le diga un menguado hola cuando la veo. Soy un mal aprendiz con orejas largas.

En la cadena de equivocaciones que arrastro, no sé si la solución sea dejar de lado mi fracasado romanticismo, como una foto en blanco y negro olvidada en el albúm de mi corta vida. Ser machista y chingón sería traicionarme a mí mismo. Personalmente conozco y veo a muchas parejas felices y de pronto me pregunto en qué fallé o porqué me fallaron tanto. Mis primos tienen enamoradas lindas, estudiosas, triunfadoras. Conviven varios años y les va bien, sin ser profesionales. Sin embargo  me dediqué más a "estudiar Ciencias de la Comunicación" (a aprender una teoría que a veces muere cuando me siento a trabajar) sin darme cuenta que descuidé tremendamente el amor y probablemente por eso piso pantanos de los que me arrepiento estoicamente. Pero sigo adelante, sabiendo que en la vida la confianza es algo que nunca debe abandonarse, porque el día en que una persona deja de confiar en la vida será otro robot más de esta sociedad consumista o, peor aún, un potencial suicida.

El chileno me enseña que sólo aplica poesía, buenos chistes y ya está, a servirse del amor.

“Aunque fueron tantas las veces que me dejaron con la palabra en la boca”, me cuenta él con sus ojos oscuros en la puerta de la Universidad Nacional Jorge Basadre.

Pasan las chicas y él tiene el valor de saludarlas con un ¡hola! sin conocerlas. La mayoría se pasa sin hacerle caso, pero algunas sonríen, pocas lo miran con un gesto risueño. Yo sigo parado a su lado, riéndome y aplaudiendo sus ocurrencias, apuntando mentalmente el cómo ganarme un poco de esa gran suerte que él tiene con las chicas.

“Esas que sonríen están listas. Las que voltean la mirada, servidas”, me dice con voz de gurú el amigo chileno. Y desde esa día que brindamos con buenas cervezas artesanales para conversar largas horas, sé que esta amistad seguirá hasta que peinemos canas.

Tal vez algún día encuentre un corazón sincero que me corresponda. Hasta que llegue ese mágico episodio en mi vida, seguiré aplaudiendo el éxito mujeril de mi amigo chileno.