sábado, 7 de noviembre de 2009

MIEDOS QUE NO ME QUITO DE LA CABEZA (o la orquestada del pánico y la locura)

1) Algunas pesadillas.
Ya sea una donde un comando ruso perfore mi torso con una metralleta o que Osama Bin Laden me dé la misión de pilotear un avión que visite a la Casa Blanca donde vive Obama (qué contraste más ajedrecístico-primera vez que escribo y leo esta palabra-), tuve pesadillas que me causan pavor cada vez que las repienso. Otra pesadilla fue que una vez estuve brindando con Bin Laden y Obama, en un bar nocturno y lleno de luces inteligentes; luego aparecían rollizas bailarinas que a cada meneo de caderas parecían seres de gelatina, acercándose a mí. Muerto de miedo en mi silla, yo me achicaba hasta volverme en un insignificante germen y una de esas fofas sirenas boludas me abrazaba con todo su adiposo cuerpo. ¡Horror! Me guardaba en su sostén.

2) Quedarme ciego.

Dicen que la ceguera es un mal que ataca a las personas que trabajan en talleres de soldadura y carpintería, así como a los intelectuales que se pasan horas y horas en la biblioteca. Bueno, modestia aparte, creo estar en este último grupo. Leo por lo menos 5 horas diarias (contando paneles publicitarios en la calle y hasta los mensajitos que recibo en el celular). Los lentes de medida (esas lupas que agrandan las letras, recomendado para ancianos y nerds ) son -y fueron- utilizados por los “grandes escritores”. Aunque quizás lo más cercano que yo tenga a ellos, son mis repentinos arranques de bohemia. De copas, vinos, cerveza, comida, parla extendida, posturas vallejianas y borgianas. Solución autorecomendada: dejar de leer tantas horas y comer más zanahorias que conejo hambriento.

3) Ser solterón a los 40 años.

Acaso el peor miedo de todos: soltero es una palabra refrescante -como la lechuga- cuando eres joven. Cuando eres mayor, flamante postulante a la tercera edad, soltero pasa a ser una palabra mal vista, fea, homosexualizadora o frustrante. Te acostumbras a corear la canción "MI SOLEDAD Y YO", de Alejandro Sánz. Por eso, en mis planes, quiero casarme antes de los 30 años. Para luego procrear 2 fuertes críos varones y una linda damita, para coronar la progenie. Así, cuando yo vaya a los parques a alimentar a las palomas y a ver jugar a los niños de otras familias en los columpios (mientras el sol se va, atardece), estaré feliz abrazado a mi esposa y a mis hijos. Felizmente miraré el ocaso del sol.

4) Que Chile y Perú se declaren la guerra.

Aquí ya llegaría el Apocalipsis, el acabóse, el Armagedon, o por lo menos el fallecimiento de mucha gente que aprecio con todo mi corazón tacneño. Vivo en Tacna, ciudad frontera entre Perú y Chile. O sea, las primeras bombas y misilazos, zumbarían por el techo de mi habitación gris (que al primer tiro, se me derrumba, aplastándome). Mis padres, hermanitos y amigos viven cerca. Espero no se repita esa sangrienta página de la historia conflictiva entre Perú y Chile. Es más, soy de la idea de que los peruanos, con el corazón saturado de patriotismo y del pacifismo de Gandhi, para evitar la repetición de la derrota peruana, deberíamos de intentar casarnos con la gente chilena. Al final, no habría guerras. Todo quedaría en familia. O más fácil: pongamos en un ring de Street Fighter al peruanísimo PEZ WEON versus el chilenísimo CONDORITO.


5) Ser estéril.

Ahí sí me jodo de por vida. Me volvería tan avaro y apático, émulo del Sr. Burns de Los Simpson. Claro, la adopción es una solución sana. Pero no es igual, no es igual. Porque yo quiero que cuando el ataúd sea mi hogar, haya por lo menos alguien que lleve mi sangre. Sí, mi sangre. Alguien que vea mis fotos y lea –por lo menos unas líneas- de este carnaval de cosas que escribo. Que honre mi memoria y sepa cuidar la biblioteca que con tanto cariño y esmero implemento en casa. Un(a) hijo(a) que herede y distribuya mi volcánico amor por los gatos y todos los animales no venenosos. Lo peor que me puede suceder orgánicamente es la esterilidad. Cojo, tuerto, canceroso, osteoporoso, tebecino, bulímico, todo puedo soportarlo. Pero ¡¡¡yo quiero tener hijos, mi propio linaje!!!

jueves, 5 de noviembre de 2009

¿QUIÉN ME LLAMA, please? (de anónimos y llamadas sin saldo)

Miro la agenda del celular.
Varios nombres y números.
No me decido. No sé a quién llamar.
Sigo buscando.


De pronto, el timbre de mi celular me alerta que recibí un mensaje de la empresa CLARO. Me dice que el número 952 332742 intentó comunicarse conmigo dos veces. Ambas, alrededor de las 8:30 de la noche. Ambas, fueron notificaciones aclarando que ese celular no tiene el saldo para llamarme. Por el código de ciudad (052) sé que esa persona que me llamó utilizó un celular de Tacna, la ciudad donde vivo.

Me pregunto quién es y le llamo.
-Hola, disculpa, recibí dos llamadas tuyas hace unos minutos –le digo cortésmente, una chica me responde.
-Ah, no, no. Para nada, eh.
-Pero aquí dice el número de tu celular. Dudo que la empresa me notifique un número erróneo.
-Ah…no sé.
-Soy Rogger Avendaño. ¿Nos conocemos de alguna parte?
-Jajaja

Ella se ríe. Me implanta una duda telefónica. No es la primera vez. Desde hace unos meses, recibo llamadas anónimas. Y cuando respondo, cuelgan. Quiero pensar que alguien se equivoca de número. A no ser que alguien me juegue una broma (anteanoche el profesor Darwin me retó por responder a mi celular en plena clase. Sí, era otra llamada anónima).

Sigo pensando en esas llamadas misteriosas. Me alegraría saber que es una vieja amiga que decidió adoptarme como un títere para sus travesuras. Aunque quizás, para mi mala suerte, sea pura joda la que me enchufan. Idealizo demasiado, tal vez. Pero a esa persona le diría lo mismo que en el primer post de este blog: ¿HOLA, NOS MIRAMOS?


Aquí transcribo partes de la letra de una canción que dice lo que pienso temporalmente:
"Necesito saber, si me escucharás"
"¿Porqué siiiiigo creyendooo...porqué siiiigo a tu lado?"

martes, 3 de noviembre de 2009

CAMINATA DE MADRUGADA (entre gallos cantores y pistas deshabitadas)

Son la 4 de la madrugada mientras camino en medio de la pista. Camino porque quiero relajarme, estar solo un momento conmigo mismo. Quiero dejar atrás a mi Yo universitario, a mi Yo literario, a mi Yo bohemio. Quiero intimar con mi Yo humano. Por el distrito donde vivo, no hay taxis que deambulen a esta hora. Apenas sus luces se ven en la avenida, a 5 cuadras, como quien va al aeropuerto.

Una suave brisa me despeina. Meto las manos en los bolsillos laterales de mi casaca negra. Hay niebla. Hay un cielo pintado entre un rojo oscuro y negro. Amanece. Oigo un coro de gallos, “kikirikí”. Avanzo ligero y sombrío como un fantasma, como un cuervo que explora su territorio. Cada esquina que doblo puede tener una historia distinta. A la vuelta puede estar nadie, o puede estar una pareja abrazándose, o discutiendo. Quizás uno o dos tipos fumen algo. Quizás haya un grupo de perros rompiendo las negras bolsas de basura que en cada esquina la gente bota para que las recoja el carro de la basura. Veo con cariño algunos graffitis, hay un poema anónimo que están allí desde que yo era niño, no sé qué artista urbano lo escribió, pero me gusta:

“Si tu has sido la estrella de una noche sola,
yo soy en tu playa la primera ola”.



Camino en redondo. Soy una sola ola. Voy a la cancha deportiva. Me asomo desde la reja trasera. Quisiera entrar a su pastizal y recostarme, después afinar mi puntería a la canasta de básquet tirando papelitos arrugados y, al final, colgarme como un chimpancé del arco de fútbol. Pero la puerta metálica está cerrada por un candado grande y frío que mis dedos tocan. A esta hora nadie más que el vigilante está adentro. Y a estas horas no parece estar de buen humor. Habla con alguien a través del celular. No escatima en soltar carajos y otras groserías.

Respiro sereno. Prendo el mp3 del celular, me pongo los auriculares y selecciono una canción. No pienso en nada más que en la canción “Quédate”, del grupo ZEN. Voy a casa. Seguramente la familia ya duerme y el gato me espera (dormido también).

domingo, 1 de noviembre de 2009

DOLOR DE MUELAS

El pasado viernes en la noche, a eso de las 7, tuve una emergencia. Desde el miércoles yo urgía de esas atenciones. Llegado el momento, el hombre de blanco puso sus manos en mi mentón y me dijo:
-Abre la boca. Tranquilo. No va a doler.

Abrí todo lo que pude, con un razonable temor, sumiso. Me dolía un poco, por más que él era cuidadoso. Estuve echado a lo largo, mirando fijamente un cuadro situado atrás de la tenue luz que permitía la revisión de mi dentadura. Mi idea: prevenir un dolor de muelas, de esos que te dan ganas de morir.

La sesión con el dentista duró una hora.

Ahora pago las consecuencias de mi niñez prolífica en golosinas. Mis padres, en un gesto bondadoso que ahora me sale caro, permitían mis excesos dulzones. Hace 5 años me extrajeron un diente (el canino superior derecho).

Soy fanático de la zoología y de la criptozoología (ciencias que estudia a los animales ocultos). Admiro los colmillos del tigre y del hombre lobo. Más aún, envidio la dentadura de los tiburones. Se sabe que estos soberanos marinos pueden regenerar cientos de dientes cada año. En cambio, a nosotros (primates bípedos pensantes) sólo nos queda cuidar cada diente como una joya sagrada. La condenada caries puede robarse uno o hasta más dientes. Es por ese cuidado a mis dientes que uso Listerine todos los días, es por ese cuidado que deserté de la liga de boxeo (corría el riesgo de que un poderoso golpe me trizaría toda la dentadura). Es por eso que hoy evito cosas muy dulces.

La odontología es cada vez más importante en el mundo del siglo presente.

Cuando acabó la sesión, la muela izquierda quedó tapada con amalgama. O sea, ahora sí puedo volver a devorar la carne a la parrilla y el pollo a la brasa que tanto me encantan.

Salí del consultorio a las 8 de la noche. Sonreí tranquilo al caminar entre las personas enfiladas en la vereda tacneña. Mi sonrisa, a simple vista, parece intacta. No recuerdo exactamente si fue hace 3 ó 4 años, tuve una pesadilla que me despertó transpirando: yo saltaba desde un avión, con mi paracaídas y feliz de la vida, a volar como el pájaro de nubes que siempre quiero ser. De pronto, cuando salto, se me cae la dentadura completa, entonces, caigo en picada (incremento mi velocidad de caída poniendo mi cabeza hacia abajo, mismo misil). Pretendo recuperar mi tránsfuga dentadura, hasta que veo que raudamente la ciudad, allá abajo, crece. No crece, más bien yo me acerco a ella a una velocidad de infarto. Falta poco para que yo impacte como un huevo en el piso. Y cuando estoy a un palmo de atrapar mi fugitiva dentadura… Despierto.

Este video ilustra algo semejante a mi pesadilla. Yo sería la abuela, claro está. En el segundo 12 se le cae la dentadura. Lo repiten en el segundo 20.