
Mis 70 kilos y 1,65 de estatura tienen desventaja en el caso de toparme con un contrincante altote de 1,80 que pese unos 80 kilos. Claro que si me toca kumite con un liliputiense de 1,55 y que pese sus 60 kilitos, lo derribaré fácilmente. Sin embargo, me preocupa que no haya división de categorías por peso, eso atenta contra las marcadas diferencias físicas.
Dicen que en los torneos regionales que convoca la Federación Peruana de Karate (FPK), sí hay categorías según el peso. Entonces, para esa sagrada fecha, bajaré 4 kilos para tener una ligera ventaja en la categoría de los 67 kilos, según dijo mi sensei Jorge.
Por estos días, el calor me sigue ahogando con sus tardes calurosas mientras me ducho 4 veces al día con agua fría y muuuuuuuchas metidas de cabeza en cubetas con hielo.
Mi gato Marti sigue igual de glotón y dormilón (hasta a veces me bota de mi cama pantera), sólo que ahora pretende ensayar sus arañones contra mis manos cada vez que lo saco de mi cuarto cuando debo salir a la calle por varias horas. “Oye, Marti, no te pases, pues, gato mimado, que este cuarto es mío y sin embargo pretendes botarme”, le digo, pero él sólo me devuelve miaus y ronroneos que me acaban dejando como un padre con el corazón chocho, felicísimo por su crío que le habla.


Al final de este oscuro túnel de dimes y diretes mutuo, sólo el público se gana conociendo más las actitudes y comportamientos de sus personajes. Es como si se desnudasen para beneplácito de la prensa.
Espero que con el paso de estos días las aguas se calmen entre ambos. Toda guerra exige ataques y contraataques, como el ajedrez, hasta que uno dé el jaque-mate. Igual, sigo concentrado en el entrenamiento, porque –como dijo el héroe peruano Bolognesi- tengo deberes sagrados que cumplir.
