viernes, 9 de octubre de 2009

JAQUE MATEmáticas o mi miedo a los números (parte II)

Para mi suerte, casi todos los profesores de matemática que tuve, me parece, se dieron cuenta de mis incesantes y fallidos intentos. Salía a la pizarra para resolver un problema planteado ante toda la clase.

-Quien halle la respuesta y el modo de llegar a ella, tendrá un punto más en el examen final.

Todos hervíamos entre multiplicaciones y divisiones, cálculos, consultas al formulario. Sin embargo yo llegaba a un resultado.

-Profesora. El número final es 297.

-Escríbelo en la pizarra, Rogger.

Entonces yo caminaba glorioso, triunfante, pitagóricamente iluminado. Escribía todo lo que anotaba en mi fiel cuaderno cuadriculado. Al acabar, la profesora Elisabeth veía mis números temblorosos, mis garabatos de apariencia prehistórica.

-No sé qué hiciste, pero llegaste al resultado.

Sumaba por aquí, quitaba por allá, modificaba las fórmulas. Era un brujo de los números. Pero un brujo inexacto, lo cual es suicidio matemático. Luego toda la clase se reía de mi inexactitud, yo también. Nunca me ofendió saberme tonto en matemáticas. Hasta yo presumía cuando en un examen aprobaba con 11.

Cuando pasarían los años, la misma profesora me diría en persona (en una cevichería donde nos encontramos por pura casualidad) la verdad. La hasta entonces misteriosa verdad por la que aprobé con un 15 en su materia.

-Es que tú eras muy empeñoso. Aunque no aplicabas correctamente las fórmulas, lo intentabas una y otra vez. Terco, como un Quijote contra los molinos de viento. Por eso, te aprobé, perseverante.

Entonces yo le agradecí, la abracé intensamente, como nunca antes abracé a una profesora. Sin ella, quizás yo ahora estaría repitiendo eternamente toda la secundaria. Por eso, le prometí en esa misma cevichería que, el día en que yo pueda publicar libros, ella estaría en la dedicatoria principal. Para la profe Elisabeth, por apoyarme cuando más frágil estuve.

***
Ya era 18 de diciembre. Esa noche mi madre fue a recoger la libreta. Yo estaba temeroso de que el día 20 llegase, el momento esperado para ver los ahorros que mi alcancía conservaba. Debía de ser algo de 60 soles, según lo trazamos en una hoja cuadriculada de mi cuaderno.

Gracias a la profesora Elisabeth, pude zafar del posible problema que me provocaría una nota mala, una cicatriz académica. El 15 amplió la sonrisa de mi madre y de mi padre. Entonces, ya en privado, al llegar a casa, mi padre me dio dos billetes de 20 nuevos soles, a modo de recompensa. Al tener la solución en mis manos, fui corriendo a la tienda de la calle aledaña a cambiar ese dinero en monedas de a sol. Y así fue, compré unos Chizitos grandes. Costaba 2 soles con veinte céntimos. Todo el sencillo fue directito a la alcancía. Esa noche, cuando mi madre y yo rompimos el chanchito, no hubo problemas.

Si la profesora Elisabeth no me hubiera salvado de las matemáticas, seguramente hubiera pasado un mal rato con mis padres, quizás una mala navidad privada de regalos para el niño de la casa, que era yo.

jueves, 8 de octubre de 2009

JAQUE MATEmáticas o mi miedo a los números (parte I)

Mi guía no creo que sea un matemático. Porque la matemática avanzada es una de mis pesadillas, para mí es un pantano numérico donde por más que braceo y grito, me hundo. A continuación, el relato que me justifica.
Mi pánico a los números apareció la primera vez que fui damnificado con un 05 en una PRUEBA importante. Fue la soga al cuello. Años atrás, mi registro de notas tenía puros azules victoriosos. Un 15, un 16, un 17, hasta por ahí me tincaba un 20. Ese 05 era la nota del primer examen que me vi forzado a ocultarle a mis padres (menos mal, sólo en esa materia). En literatura, religión y otras materias, yo hasta llegaba a pegar las pruebas en el refrigerador. Así, cuando llegaba la visita a la casa, decían: “qué estudioso es Roggercito”. Me daban propina.

Recuerdo que para consolarme, me había decidido pasar toda la mañana de un sábado en los videojuegos. Play Station. Jugaba Tekken 3. Entonces se me suavizó esa raspante sensación en el estómago, esa sensación derrotista. Frustrada. Pero claro, ese apenas fue el inicio de mis irremediables caídas en el ring de las matemáticas. Luego visité otros tres sábados, los videojuegos de Tacna-centro. Los jaque-matemáticos se me hicieron costumbre.

La ansiedad me embargaba. Primero, el miedo a saber que uno de mis padres decida corroborar en el colegio mi rendimiento matemático, el cual era malísimo. Mi máximo logro era un 12 ó un 13. No más. El segundo miedo era un miedo de barro, un miedo porcino. Mi alcancía era un cerdito plomo con los cachetitos rojos, donde yo semanalmente depositaba mis propinas domingueras. Pasaba que en los videojuegos se pagaba un sol por una hora de juego. Entonces, cuando estiré mis bolsillos vacíos, la bancarrota me dejó estupefacto. Tuve que recurrir al cortaúñas, sacar con su afilada punta (que parece una mini-navaja) las monedas de mi generosa alcancía. De cabeza, mi alcancía parecía recriminarme con su porcina mirada. Yo metía y metía, hasta que una moneda cayera, luego me iba a jugar Tekken 3.

Así pasé dos meses y medio, más o menos. Hasta que una mañana, mientras yo terminaba de secarme el rostro con la toalla, al salir del baño, el calendario señalaba escasas semanas para que llegue el navideño mes de diciembre. O sea, poco faltaba para que acaben las clases escolares y la profesora convoque a una reunión de padres de familia para la entrega de libretas. Y claro, ya en navidad, tal como lo acordé con mi madre en el primer día de clases, el 20 de diciembre romperíamos juntos al chanchito para contar felices mis ahorros escolares. Ahorros que estaban tan vacíos como las cabezas de los calvos.

Cómo quisiera haber heredado tan sólo un 1% de los matemáticos cerebros de Pitágoras, Copérnico, esos tíos legendarios que se saben casi todo lo que es cálculos, crearon sus fórmulas. Son genios, pues. Por eso a veces pienso que soy bobo. Que la única ruta por donde puedo aparentar un conocimiento decente es en las letras. Leer, escribir. Tampoco es mi fuerte, pero mis amigos que dicen que lo hago bien. Me reconforta.

Mi talón de Aquiles son las matemáticas. Una pesadilla infinita, no es como el abecedario o la cantidad de palabras registradas en un diccionario. Los números pueden sumarse, restarse y multiplicarse infinitamente. Menos mal, cuando se trata de dinero, me transformo en un mago con los cálculos (sorpresa, así que nadie intente estafarme, eh)

(CONTINUARÁ...)

miércoles, 7 de octubre de 2009

6 LIBROS ESPECIALES (que leí hace unos meses)

Un libro es una especie de guía. Te orienta, te aconseja y hasta te da alegrías y tristezas. Pero no te escucha, no te responde directamente lo que buscas.
El sueño de todo bloguer escritor está aquí. Por cada post tenía entre 500 a 900 comentarios. Renato Cisneros es el busco novia más famoso de la blogósfera. Es una bitácora de humor y amor, de soledad y de sociedad. Afición y aflicción. Es 100% recomendable para los jóvenes que quieran adentrarse en el arte de escribir.

Yo amo a mi mami. Genial libro del mediático escritor Jaime Bayly. Historia donde el narrador recuerda sus años infantiles, donde los padres, la sociedad y los amigos eran un cariacontecido recuerdo. Ya sea un recuerdo bello o feo, benéfico o lacerante, los recuerdos nimban nuestros pasos. Esta obra es una de las más apreciadas por la crítica. En la foto está el Bayly joven, creador de este gran libro, así como de la actual gran papada que tiene.

Palomas son tus ojos. El título tiene la virtud del poema: suena lindo, dice mucho y dice poco. El argentino Eduardo Dayan nos cuenta el amor entre una colegiala y un estudiante universitario judío. Al desdoblar sus páginas, poemas sueltos nos reciben, y encuentro con escenas familiares, me identifico. Por eso siempre lo reviso, aunque sea un par de hojas.

Fernando Ampuero narra Puta Linda con el enganchador suspenso de las películas taquilleras. La vida de un aspirante a escritor se topa con la de una meretriz fina y misteriosa. Comparten sus experiencias, en cada visita que él realiza a la cama de ella. El final me cayó como una puntapié en la nariz: la muerte que deja inacabada la obra de uno de los dos.


Grandes Sobras, recopila crónicas de Beto Ortiz. Prefiero este libro a los demás que él tiene porque los demás tienen casi las mismas crónicas de GRANDES SOBRAS: viajes, reflexiones, perfiles, columna, gastronomía, etc.

Para cerrar con broche de oro este desfile de libros, les muestro ahora a PUDOR, escrita por Santiago Roncagliolo. Esta magnífica novela ya es una película. La primera noche que la leí, estuve hasta las 4 de la mañana leyendo y leyendo. La segunda noche fue igual. La leí de corrido en dos días. Es uno de los mejores libros que leí en mis 6 años de lector.

lunes, 5 de octubre de 2009

LA BODA DE MAMI


El sábado anterior, mi mamá se casó en la Iglesia. Los parientes más cercanos estuvimos vestidos a la etiqueta. Yo, que odio las corbatas porque me asfixian, tuve que ponerme una. La ceremonia eclesiástica inició a las 4 y 30 de la tarde. Culminó a eso de las 7.

Pocas veces fui a una iglesia. No es el espíritu anticristiano, ni el ateísmo lo que apaga la cristiandad que tengo. Creo en Dios, pero a mi manera. El hecho es que contadas veces estuve en una iglesia. Y hasta ahora, nunca antes había estado presente en una ceremonia completa, oyendo el canto del cura y sus sabias palabras.

Mi madre Bertha por fin se casó con Humberto, que no es mi padre pero gracias al cual tengo 3 hermanitos menores. Ya tenían más de 10 años conviviendo. Ir a la iglesia les sirvió de mucho. Tiempo antes de casarse, iban a las misas del padre venido de México, un órale buena gente. Sólo basta ponerle un gorro de ala ancha para tener un charro 100% mexicano, como el tequila.

Una vez acabado el pacto con Dios, fuimos a la casa. Apenas a 6 cuadras de la iglesia. La jarana cobraría vida e inusitadas escenas alcoholizadas. La orquesta empezó a tocar a las 8 de la noche. Orquestada que duraría hasta las 3 de la madrugada, hora en que la gente cabeceaba pendularmente. Tres encargados, cuidábamos a los alegres borrachines de cualquier fascineroso que quisiera agraviarlos.

Cuando le embriaguez se apodera, algunos pierden los estribos, hacen cosas que sanos jamás harían. El padrino del casorio de mi madre, un católico a prueba de balas, me había retado a un duelo de vencidas (pulsaciones con el brazo).Me ganó o, mejor dicho, me dejé ganar. No vaya a ser que luego me digan abusivo. El hombre era más flaco y chato que yo. Mejor darle su momento de gloria, me dije.

A partir de las 3 de la madrugada, la gente enternada se iba en taxis. Los tres guardianes los escoltábamos, como quien salvaguarda a un mareado congresista. Había tipos sospechosos, cateándonos desde una esquina, desde otra. Pero los tres fuimos a preguntarles a quién buscaban y sus nombres. Se inquietaban. Menos mal eran dos o a veces uno solo. Así que los repelíamos con protocolares palabras.

-Por favor, retírese. No queremos problemas con los jefes que están en la fiesta.

Pero ya a las 5, cuando el cielo aclara lentamente su matiz rojizo, quedaban menos de 10 bebedores. Dos señoras chismeándose cosas de la vida, tres caballeros reflexionando sobre el matrimonio, dos chiquillos exaltando las maravillas de la cerveza y 3 señoritas que nos hacían ojitos a los 3 cuidadores de esa noche. Elmer (el más joven, apenas 18 años), Mateo (que ya frisa la cincuentena, con principios de calvicie) y yo (con mi deportiva polera negra y la mirada firme de un cadete amedrentador).

Como ya no quedaba mucha gente que cuidar ni sospechosos rondando la puerta abierta del local, lo cerramos. Nos empilamos para destapar algunas “Cusqueñas” y probar suerte con las 3 chicas. Nos sentamos cerquita a ellas, en la cornisa del escenario de madera preparado para la orquesta.

Ya eran las 6 de la mañana. Las chicas estaban felices. Elmer ya se besaba con una. Mateo le hablaba a otra, ya separados de nosotros. Y yo me quedaba con una extraña sensación, con María, que era una chica de piel clara y ojos pardos. Recién nos conocíamos esa noche, me miraba y se reía. No supe qué decir, pensaba en una amiga que tengo lejos. Quería saber qué estaría haciendo mi adorada amiga, allá en tierras lejanas. La extrañaba más que nunca. Luego María me hizo una pregunta que me incomodó:

-¿Eres gay?

-No, María. Es sólo que pienso en una amiga que quiero mucho. Que está lejos, pero nos queremos.

-Ah, claro. Menos mal.

Así, en lugar de coquetear o de besarnos, nos quedamos hasta las 7 de la mañana filosofando de la amistad. Ahí, abrimos las puertas para despachar a los últimos invitados y, de paso, guardamos las sillas y demás decorativos de la fiesta de bodas. Elmer estuvo feliz; Mateo, esperanzado; yo, desesperado, adormecido, legañoso.

Mi madre, súbitamente, apareció. Entonces me dijo que se la había perdido el anillo de bodas. Era de, ¿oro? Hasta yo me sorprendía. Y claro, entonces mi madre me dijo: esa chica tiene pinta de ser charapa. Se refería a María.

-Todo bien, mami. No te preocupes. Acá, Mateo, Elmer y yo ya despedimos a la gente. Buscaremos tu anillo.

Al final de 2 horas. No lo encontramos.
(Foto de la foto para el recuerdo).