viernes, 2 de octubre de 2009

Periodismo y Literatura (¿son guerra o matrimonio?). !!FELIZ DÍA DEL PERIODISTA!!


Por ahora, prefiero escribir literatura que hacer periodismo. La literatura me salvaguarda de querellas judiciales y riesgos reporteriles. Ya me pasó una vez que dejé de escribir en un periódico porque me pidieron que haga un bullicioso destape a una entidad privada. Había dinero por mover, opiniones, revisar los derechos universitarios y dar en el clavo: denunciar públicamente a la universidad privada. Vaya problemón que me haría. Y eso que en el trabajo me pagarían un sueldo enano. No quiero hacerle daño a esta entidad que anda me hizo, reflexioné. Entonces, decidí no aparecerme más por ahí, perder contacto con el jefe del periódico, borrarme del mapa, prácticamente.

Tengo 21 años, todavía no me emancipé de mi casa paternal, casi todo mi dinero lo invierto en libros y ropa. Mi modesta economía se nutre de 3 fuentes. 1) Revisiones ortográficas que efectúo en trabajos monográficos de algunos conocidos de la universidad, 2) Trabajos de medio tiempo (ayudante de oficina, bibliotecas, cajero de restaurante:si hay alguna chambita, no duden en contactarse conmigo.) y 3) Las propinas paternales que recibo quincenalmente. ¿Cómo podría defenderme judicialmente en el caso de que la mencionada universidad privada me demandase? Ya me imagino yo, con traje de cebra, en la prisión; o, en otro caso, siendo deudor de miles de soles, acusado por difamación.

Para ser un héroe periodístico, primero debería de hacerme acreedor de una obesa cuenta bancaria, luego pertenecer a un grupo influyente que apadrine mis atrevimientos revolucionarios. Ahí sumémosle ciertos genes denunciantes, como los tienen César Hildebrandt o Magaly Medina. Pero, caray, a decir verdad, no me gusta enemistarme con medio mundo. Total, no tengo enemigos por ahora.

Teóricamente hablando, varios profesores en la Facultad de Periodismo donde estudio, se pasan diciéndonos que la verdad está antes que todo. Que no hay mejor periodismo que aquel donde caen cabezas importantes y se defiende al pueblo, a capa y espada. Que hay que educar, enseñar a la gente, quiera o no quiera. Que la pirámide invertida predomina casi en todo. Pero no, señores profesores que leen pigmeamente y no abren sus mentes a las ideas nuevas: sepan que hacer periodismo no es sinónimo de guerra sangrienta (como dice la antigua y antigua escuela del periodismo –por cierto, ¿quién tiene la autoridad para dictar las leyes de cómo hacer periodismo?-). ¿Qué haremos, a ver, futuros periodistas, si el pueblo no quiere ser educado con informativos donde los conductores parecen encorbatados androides que leen el teleprompter y no saben llegar al feeling (sentimiento) del público? La respuesta: ser espontáneos, no poner la compungida cara de pacientes con hemorroides frente a la pantalla. Escribir sin claves: que te entienda desde un niño hasta el abuelo.

Párrafo final de este viernes nocturno con un cielo color vino tinto: ninguno de los profesores que me enseñan actualmente en mi Facultad escribió un libro (salvo algunos que no son de la especialidad de Periodismo o Relaciones Públicas). Ni escriben en diarios ni en blogs, ni en revistas. Siento una honda vergüenza ajena. Tocaron fondo, tíos.
Por cierto, con altibajos, goles y autogoles, les deseo FELIZ DÍA DEL PERIODISTA (1 de octubre). Brindemos con moderación.
:D



miércoles, 30 de septiembre de 2009

MI FACULTAD, SU GENTE Y EL PERIODISMO (según yo)

Empiezan las clases en la universidad. Son las 5 de la tarde. Ahora yo debería de estar ahí, calentando una carpeta, atento a las empalagosas palabras del profesor más aburrido en toda la historia, pero la verdad es que prefiero refugiarme en mi casa. Chatear, escribir, despabilarme, como el lobo estepario tacneño que soy.

Mañana tengo un examen, pero me da flojera estudiar esta noche. Estudiaré mañana temprano. No es que tenga el virus de la holgazanería ni que tenga arduo trabajo esta noche, menos una cita escondida (ya quisiera). Sucede que puedo adivinar el mañana, la patética escena del examen: varios compañeros de clase cometerán fraude (tendrán las carpetas y las manos rayadas con lapicero o microscópicos resúmenes de los temas que entrarán al examen).

Este profesor ya es conocido, él mismo se marea con todas las cantinfladas que dice. Sus palabras detonan como una bomba somnífera en toda la clase. Oír bostezos y ver cabezas apoyadas en la carpeta, no es novedad. Más de una vez me uní al coro de bostezos y al ejército de las cabezas dormidas, ya en clase, cuando el profesor, de rostro apayasado y fatigado, comprende que no asombra a sus estudiantes. Se rinde. Me da pena, pena por él y por nosotros mismos (que luchamos por imaginar que sus clases son interesantes, pero sólo conseguimos bostezar más). Él deja que el fraude en el examen siga, que los susurros salten de oreja a oreja, que todos aprueben; casi con la misma nota de los pocos que en verdad estudiamos. Así que, en honor a lo práctico que suelo ser: estudiaré lo básico y, cuando tenga alguna duda en el examen, me bastará utilizar mis perrunas orejas como radares para detectar las susurradas respuestas que se pasen en el aire de la clase.

Ya son las seis de la noche, 30 de septiembre. Hay una tenue neblina en Tacna (ya parezco hombre del tiempo al decir estas cosas). No me dan ganas de vagabundear ni de encerrarme en mi biblioteca. La computadora me seduce con su You Tube, con su Wikipedia y con el MSN.

Luego, vuelvo a pensar en mi salón de clases. Llegará el esperado fin de año, y mis compañeros dirán que la universidad les enseñó poco, que no aprendieron nada genial. Entonces, yo replicaré con voz paladina lo que les digo desde hace 4 años:

-Pero si tú no estudiabas para los exámenes. ¿De qué te quejas, eh?

Luego me dirán que tenían arduo trabajo (cada fin de semana se reúnen a alcoholizarse hasta las últimas consecuencias), que eran muchas separatas para estudiar (ni siquiera leyeron el título, eh) y claro, algunos sí tendrán una poderosa razón sentimental para justificarse: mi pareja quería pasar esa noche junto a mí.

Como sea, vamos mal, muy mal, en ese sentido (con la nasal voz grabada de Fujimori). Esa es una de las razones por las que hoy no me da ganas de ir a clases ni de escuchar las redundantes y predecibles palabras del susodicho profesor. Claro, hay pocos, muy pocos profesores que sí dominan su materia, escriben libros y tienen el don pedagógico que me empuja a admirarlos, a pedirles consejos y a hablarles de literatura y psicología (leí una ruma de libros de esos dos temas). Entonces, así pude entablar una anhelada relación personal con profesores reconocidos por su talle intelectual en Tacna:
Livio Gómez, Enrique Azócar, César Quispe, Edilberto Cabrera , Luis Alberto Calderón. Lo malo es que ninguno de los antedichos enseña periodismo en mi facultad. Hay profesores de Lengua y Literatura, un psicólogo, un abogado y un profesor de Ciencias Sociales. Pero ninguno es un periodista oleado, sacramentado y titulado.

La verdad es que ahí tengo la nómina para empezar a buscar mi guía. Tal vez halle uno, tal vez dos. La duda me inquieta, persiste. Es casi increíble notar cómo las letras nos acercaron, nos hermanaron. Un café, un helado, un chifa, un libro, ensanchan la amistad.

Ahora me divierto. Veo una pelea: Homero Simpson versus Pedro Picapiedra. ¿Quién ganará?



martes, 29 de septiembre de 2009

GLORIA: ME DEJASTE CON PENA Y SIN GLORIA.

Ya es de madrugada. No sé a qué hora cesarán los golpes dedales que doy al teclado. Escribo y borro. Corrijo y aumento. No estoy contento, aunque debería estarlo. Anoche salí con una ex.

Anoche salí con una vieja amiga llamada Gloria. No es que ella tenga arrugas y use bastón; es vieja en el sentido de que la conozco hace 7 años, cuando estudiábamos en colegios separados. Yo, en un colegio militarizado de varones (Coronel Bolognesi)y ella, en uno de damas alocadas (Mercedes Indacochea). Aunque yo hubiera preferido estar en un colegio mixto, en esos años mi madre decidía por mí. Creo que en ese entonces, Gloria y yo nos magnetizábamos como dos polos opuestos. Ella era una simpática chica extrovertida, de piel canela y cabello corto, muy conversadora y yo, un tímido treceañero que recién aprendía a peinarse frente al espejo, presuroso en tener una enamorada para que en el salón dejen de decirle que es poco hombre. Cada vez que nos encontrábamos en las calles, al salir de las clases secundarias, ya de noche, nos veíamos solitos en un parque tranquilo, nos mirábamos, sonreíamos juntos. Con coquetería y caminando de la mano, nos encariñamos. Esas noches no las olvido. Creo que Gloria sí las olvidó.

Fue ella la primera chica a quien di mi primer beso apasionado. En todo caso, le seguí la corriente: ella, una noche mientras yo la acompañaba hasta su casa, se subió al filo de una vereda…y me besó. Mudo, anonadado, me empilé inmediatamente y la aferré en mi pecho. Pero eso fue hace 7 años.

Anoche fue distinta. Acaso irreconocible. Fuimos a un bar de rock. Desde hace una semana yo le insistía para salir juntos, para recordar aquellos años maravillosos. Le llamaba por su celular, que recién ella me lo dio cuando hace un mes nos encontramos, por casualidad, en La Plaza de Armas de la ciudad. Era fiestas de Tacna: 28 de agosto. Ella iba con otro chico, no sé si sería su enamorado o su amigo. No me lo quiso decir cuando me le acerqué. Pero volviendo a lo de anoche, ya en el bar, Enrique Bunbury cantaba la canción “Héroe de leyenda”, en las pantallas del bar, mientras los bebedores aplaudíamos su voz endiosada. Pero esta vez Gloria se mostraba engreída: pedía los tragos más caros. Y yo, los más baratos. Todo lo pagué yo, al final, dejando mi billetera vacía (volví a casa en un taxi al que tuve que pagarle con el dinero guardado en casa). Pero al menos yo esperaba que pudiéramos revivir ese beso. Jugar a querernos, como ella misma me decía hace 7 años.

Nunca olvidaré a la primera y única chica que me robó un beso. A veces me arrepiento de no haber pretendido formalizar lo nuestro en el pasado. Quizás ahora seríamos una linda pareja y yo no estaría escribiendo este post que parece el berrinche de un viudo encanecido. Pero hoy sólo me queda vivir su recuerdo. Su recuerdo palpita en mí, pero es un recuerdo flaco, anoréxico: no lo supimos alimentar con el cariño necesario. De pronto, ese mismo año 2002, nos apartamos, sin saber precisamente porqué. Sospecho que la ligereza con que yo me tomé la relación antes, le hizo creer que soy un tipo inmanejable, un rebelde sin causa. Un tipo preocupado en que nadie dude de su sexualidad.

"Gloria, cuando digo tu nombre no sólo pienso en la leche evaporada Gloria o en la gloria que tuvieron muchos emperadores romanos. Pienso: me diste la gloria juvenil que una vez tuve, pero también me la supiste arrebatar".

Así, ella en la mesa con una glamorosa copa de "amor en llamas" y yo con un humilde vaso de cerveza parroquiana, conversamos como dos extraños con idiomas lejanos, interplanetarios. La noche se aguaba, se empozaba. Ya no éramos los mismos. Algo en el aire estaba roto, for ever. Hay un largo puente que separa nuestras miradas. Definitivamente Gloria no es mi Julieta; ni yo su Romeo.

Pongo el punto a lo de anoche. Ya son las 8 de la mañana. Pienso poner hipervínculos e imágenes al texto, como acostumbro. Quizás el diario por hoy acabe, pero el recuerdo sabe perdurar.

domingo, 27 de septiembre de 2009

HOLA, ¿NOS MIRAMOS?

No soy muy bueno para presentarme. Aún no vencí plenamente la barrera de mi timidez infantil. Pero lo intentaré.

Soy un estudiante universitario que más que estudiar, colecciona miradas. Pero no cualquier mirada. Hay miradas que pueden conquistar un corazón, que pueden impedir un suicidio. Una mirada puede inspirar el mejor libro de poesía del mundo, así como pulverizar las ilusiones más optimistas o anheladas. Busco miradas tiernas, bohémicas, que tengan un poco del lechoso brillo de la luna y un poco del recio salitre de la playa.

Busco una mirada de cariño, de paz, de alegría. Quiero encontrar la compresión que, algunas veces, el mundo me niega. Cada día es una salvaje prueba. Soy un detective tras los zapatitos de cristal de mi soñada musa y rastreo las huellas del guía que me hace falta.

Mi musa debe ser suave como el viento y risueña como una alegre cascada. Como una estrella fugaz, como un par de alas que me eleven sobre los bosques. Será quién mime y sea mimada por mis poemas, cuando todo marche viento en popa; será quien aguante mis justificados carajos, cuando la tormenta de la vida nos amenace y sólo una reprimenda pueda calmarnos. Será quién me abofetee si es que las dudas me ahorcan el alma. Será quien me exorcice si es que la cerveza me hace temblar ante el timonel de nuestras vidas.

Mi guía debe ser especial. Y no precisamente por tener un bigote felpudo como Nietzsche o una barba papanoelesca como la de Marx. No quiero un guía que parezca un levitador monje tibetano o un esquizofrénico cura temeroso del Apocalipsis. Quiero un guía que sepa sonreír, enseñarme la verdad y explicarme la radiografía que cada libro oculta. Mi guía será quién me sepa tolerar, así como retar, que me sepa cuidar, así como dejarme volar.

Tengo 21 años. Seis de ellos consagrados a la lectura diaria, cuatro horas por día, aproximadamente. Pero igual, de pronto hay libros que no acabo de leer o días enteros en que algún imprevisto me impide mi cita con los libros. Tengo citas a ciegas donde pretendo encontrar a mi musa, así se haga tarde, así se me vacíen las moneditas de la billetera, así me regrese a pie a casa, ya de madrugada y los perros me ladren como al ladrón que no soy ni seré.
Abro, desde esta noche de luna llena, UN DIARIO PERSONAL donde contaré los goles y autogoles que ejecutaré en los futuros días.