domingo, 16 de enero de 2011

BROTE DE NOSTALGIA (la voz oculta)

Se abría la costra de la herida del recuerdo. RECORDAR. La fiebre que esa idea le trasmitía se desparramaba ante cada detalle que le haga pensar en ella. Lo más superfluo podía ser letal. Como esa tarde intensa que ella olvidó un arete en la habitación que, al día siguiente, él se pondría en la oreja de puro curioso, pero con cariño, pensando en la orejita de su niña mimada. Esa oreja que tantas veces besó hasta que la madrugada y el cansancio le digan basta. Ahora, en la eterna lucha por olvidarla, había perdido. Era un suicidio mental. Verla en todas partes, aunque no esté. Creer que ella estaría en la ventana de esa lejana habitación, en el segundo piso de la casa de ella que él antes visitaba con la emoción muy bombeadora en el pecho, a veces a pie o en bicicleta. Creer que ese perfume de otras chicas bellas solamente le pertenecía a ella. Intentaba sacársela de la mente, pero surtía el efecto contrario: recordarla más.

Ahora el humo del porro se le iba. El rojo candente de la cabeza yerbera apenas alumbraba en la habitación oscura. Esta madrugada el íntimo veneno de la nostalgia lo violentaba sin remedio. Los RECUERDOS resucitaban del estado momificado en que se hallaban. Antes, ella y él, en el parque, jugaban como dos niños enamorados. Compartían el mismo helado de crema de vainilla con las chispas de caramelo. Incansables en quererse. Sentados encima de la banqueta amiga donde escribieron las iniciales de sus nombres con un lapicero negro, A y R, veían con embeleso al sol que se extingue al atardecer, las palomas volando y la gente dándoles maíz y tomando fotos. Sus miradas volaban entre sí, con las nubes de febrero del 2010, como la pelota blanca de las niñas que más allá jugaban vóley sobre el pasto y cerca de los árboles. Pero ya no es febrero;  es enero del 2011 y la noche cae en ángulo perfecto para fotografiar el lugar de ese beso que antes fue dulce como la miel y ahora es certero como una picadura de escorpión directa al corazón.

El negro recuerdo le hizo creer por primera vez que arrastraba una mala estrella desde que Ale viajó a Lima para no volver…

R escribió en su diario: "¿Porqué me duele tanto saber que pudo ser mejor y prosperar, pero que faltó la chispa adecuada entre los dos? ¿Debo pensar que me olvidó o que jamás volverá? ¿Debo seguir sus pasos? ¿Será una prueba que me pone la vida para saber si merezco por fin darle un rostro a mi propia felicidad?"

Sus dedos se avergonzaron de escribir "PERO TODAVÍA TENGO ESPERANZA" y "DEJARÉ TODO POR ELLA", pero en su mente se rubricaron firmemente esos planteamientos de tintes masoquistas.